Dos lecciones alemanas (y algo de rugby)
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Jorge Quiroz
Al igual que un insigne parlamentario chileno, el suscrito también disfruta, de cuando en vez, de un viaje de placer por Europa. Vengo llegando hace poco del viejo continente, y, una vez más, me impresiona la economía alemana. En días como éstos, en que volver a Chile ocasiona una suerte de pesadumbre –“las cosas podrían ser aún peores”, se nos advierte desde las alturas- resulta refrescante mirar otras experiencias.
Haciendo un poco de historia, recordemos que la República Federal de Alemania, sobre los escombros de 1945, reconstruyó su economía en tiempo récord: en sólo una generación pasó de la miseria y la hambruna a ocupar los primeros lugares del continente europeo. La primera lección entonces parece ser que más que el capital físico, lo que importa en definitiva es el capital humano, el capital social y las reglas del juego. No por nada, en Alemania Occidental fue donde se acuñó el término “economía social de mercado”, para denotar un orden social que, teniendo un fuerte énfasis solidario, nunca perdió de vista la importancia del mercado como mecanismo fundamental de asignación de recursos, manteniendo siempre también una fuerte orientación exportadora, quizá la más robusta de todo el continente Europeo.
Se desarrollaron así polos industriales, muchas veces a partir de pequeñas empresas familiares, que se hicieron globales en su cometido. Los orígenes de este progreso datan de mucho antes y dicen relación con la fuerte vocación industrial del pueblo alemán, enraizada en lo profundo de su cultura; pero el ambiente y las reglas del juego fueron las propicias. Hoy día, en casi cualquier pequeña ciudad o pueblo de lo que fue la antigua República Federal de Alemania, puede encontrarse una industria que exporta al mundo. Visitando amigos, pasé por un pueblo pequeño, absolutamente desconocido para turistas: Detmold. El pueblo vive de una industria que emplea directamente a más de 2.000 personas. Exporta brocas dentales. Pero especializadas en una categoría de nicho, que es la que compran las escuelas de odontología del mundo entero... Ejemplos sobran. En otro pueblo, otra empresa familiar produce las máquinas que se emplean para hacer sobres. Tiene el 80% del mercado mundial... En Detmold me alojo en un hotel sencillo y calculo aproximadamente la productividad del trabajo. Debe ser unas tres o cuatro veces la de Chile: tiene 25 habitaciones, está lleno y es atendido por sólo dos personas. Y como las ciudades son seguras y la policía funciona, cada huésped tiene una llave, que además de “hacerle” a su habitación es también “maestra” para la entrada principal: no se precisa “nochero”.
¿Se debe todo ello al “talento” alemán? Desde luego. Pero aún los mejores talentos requieren reglas del juego apropiadas. Para eso, basta ver lo que ha ocurrido con la mal llamada “República Democrática Alemana”. Ha transcurrido una generación completa desde la reunificación y aún hoy día se percibe un rezago evidente en lo que fue la Alemania socialista: el desempleo es varios puntos porcentuales superior y el ingreso per cápita inferior que en el lado occidental, a pesar de subsidios e inversiones públicas de tamaño colosal. Y se trata del mismo pueblo, la misma historia de talentos y niveles educacionales similares. Y ahí tenemos la segunda lección: ni siquiera en toda una generación se ha podido superar completamente el marasmo económico en que el socialismo sumió a “Alemania Oriental”. Los efectos a largo plazo de “reglas del juego socialistas” parecen ser peores que bombardear a un país por completo.
Volviendo ahora al parlamentario, que por la misma época en que yo visitaba la fábrica de Detmold, él veía Rugby en Inglaterra, no voy a rasgar vestiduras por ello: también vi algo de Rugby en el Reino Unido. Es tan entretenido como calcular productividades. Sólo pienso que hubiese hecho mejor, si entre un partido y otro, hubiese cruzado el canal, aunque sea por un rato, a observar la economía alemana. Con las dos lecciones aquí reseñadas, habría bastado.
¿Será mucho pedir?